Viaje a Chulilla
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- Categoría: Rutitas
- Creado en Lunes, 19 Noviembre 2012 08:38
- Escrito por D. Pedro Parra Juez
Viaje a Chulilla (Valencia)
Este verano de 2012, cumplimos un sueño bastante tiempo acariciado: visitar el pueblo valenciano de Chulilla, del que nos había hablado muchas veces una buena amiga nuestra.
Fue uno de los días más calurosos de julio. Partimos sin ninguna información previa, como nos gusta viajar. Preferimos sentirnos impactados por el paisaje sin interferencias ajenas. Descubrirlo por nosotros mismos.
Nos alejamos de Valencia por la autopista de Ademuz hasta Liria, escoltados `por lujosas urbanizaciones de chalets a ambos lados de la vía. A la salida de Liria, podríamos ya decir en pleno campo, una gasolinera oasis en el inmenso y polvoriento secarral, abrasado por un sol de justicia, mostraba un prometedor y bien proporcionado edificio solitario, que resultó ser un estupendo, amplio y acogedor bar restaurante, además de hotel. La denominación indicaba bien a las claras su pretensión: Puerta de la Serranía. Así nos enteramos de que la comarca que teníamos por delante ostentaba nombre propio: Serranía. Degustamos una apetitosa comida (gazpacho y caldereta de cordero), muy bien de precio, en un ambiente familiar y selecto. En su amplio salón varios carteles mostraban planos de la zona. Decidimos avanzar por la carretera en dirección al Rincón de Ademuz durante un rato oteando el paisaje que se mostraba con trazas montañosas y cultivos de secano.Siguiendo el valle del Turia, por donde discurre el camino, aunque aquel apenas se vea, excepto una cascada majestuosa que salta desde la alto de la montaña de forma sorpresiva, tal vez traída por tubería subterránea desde lugares lejanos, llegamos hasta el nacimiento del río Tuejar, un bonito rincón, con parque incluido, pero seco aquel día. Allí decidimos dar la vuelta y tras un paseo por las calles de Chelva, en busca de sus afamados embutidos, nos desviamos para visitar el pantano de Loriguilla.
Pantano de Loriguilla
Tras cruzar unas tierras de labor con algarrobos donde pastaban algunos caballos sueltos nos internamos en un bosque de pinos por una carretera tortuosa y descendente, pero sencilla. Terminaba en una explanada con aparcamiento y desde allí se divisaba todo el embalse y la presa y una gran masa boscosa. La casa del ingeniero exhibía bella planta. Una carretera a la izquierda sin dirección conocida fue desechada por esa carencia de información.
Chulilla.
Vueltos a la carretera principal nos desviamos por uno de los varios cruces que se dirigen a Chulilla, motivo de nuestro viaje. La sorpresa al ver el pueblo fue indescriptible. Ni por asomo hubiéramos imaginado tal belleza sin par. Un inmenso acantilado vertical se cernía sobre muchas casas del pueblo, mientras otras trepaban por la montaña hacia un castillo que se erigía con una larga muralla cerca de la cima pero sin rebasarla. Parece que la cima de la montaña solo era accesible conquistando el castillo. Las demás partes de la montaña eran precipicios insondables, como la peña que se veía nada más llegar. Parece que todo el conjunto es un paraíso para los escaladores. Así lo atestiguaban los numerosos anuncios exhibidos a la entrada.
Atravesamos el pueblo, donde ese día estaba convocada la población en la plaza para tratar un asunto importante sobre no se qué, arremolinada en el lugar, y donde adquirimos productos típicos. Pudimos contemplar, al final de la población, en el fondo de un pintoresco valle, el río Turia esquilmado de su agua por el pantano que habíamos examinado antes y cuyo particular camino sin indicaciones que hemos citado parece que se dirigía al pueblo. El río que en otros tiempos engulló a Valencia aparecía como un pequeño y risueño riachuelo con suaves meandros plagado de árboles sus riberas.
Dimos un paseo por el alegre corredor que se asoma cual balcón durante varios centenares de metros al valle y tras las fotografías de rigor proseguimos nuestro camino. Decidimos ir hacia Requena y caso de encontrar mala carretera desistir. Bajamos al Turia, cruzamos un puente y emprendimos una empinada subida que parecía no tener fin. Durante varios kilómetros estuvimos divisando extasiados la descomunal roca de Chulilla, su aguerrido castillo y los bosques de pinos, que parece han ardido ahora, que se iban alejando de nosotros poco a poco. Tardaremos años en poder disfrutar otra vez de ese maravilloso espectáculo. Por eso escribimos estas líneas. Somos de los últimos afortunados que pudimos admirar tan impresionante perspectiva.
Sot de Chera
Puestos en camino, decidimos seguir unos kilómetros más pues la carretera no parecía mala. Luego se fue poniendo peor y al final no estaba ni siquiera señalizada, y discurría por desfiladeros con peligros de desprendimientos de rocas, sin comunicaciones transversales de ningún tipo, lo que te llevaba sin remisión a la alejada Requena; por su interés turístico deberían arreglarla. Tentados de recular no nos fue posible maniobrar la vuelta por lo que decidimos llegar al próximo pueblo de Sot de Chera que parecía no llegar nunca. Al fin apareció, casi al anochecer, con una airosa torre del homenaje dentro del pueblo, pero no entramos porque se nos hacía tarde. Luego me arrepentí de no haberlo hecho porque tenía un encanto natural y misterioso; quizá nos hubiéramos podido hospedar en alguna parte. He dado mucho la lata con que podíamos volver pero por el camino inverso. Tal vez “me lleven” algún día. Aunque ahora, con el pavoroso incendio que han transmitido los medios de comunicación de toda la zona, quizá sea más difícil que pueda realizar esa ilusión, pero se me quedaron muy grabado todos los agrestes terrenos de más de mil metros de altitud que atravesé aquel día desde Chulilla. Sirva este escrito como homenaje a aquellos bellos y solitarios territorios. No me extrañaría nada, y así lo pensé, que por sus escabrosos y desconocidos vericuetos hubieran corrido las tropas del general Cabrera, el tigre del Maestrazgo, cuando recién conquistada la cercana Utiel hostigaban repetidamente la amurallada Requena. Así lo cuenta Galdós en su Episodio Nacional “La Campaña del Maestrazgo”, escritor tantas veces mencionado en estas páginas:
“Salía Cabrera con mil o dos mil hombres, los más de los días, como en diversión militar, para hostilizar a Requena” (Cap.XIII)
Murallas de Requena
Sobrepasado Sot de Chera, divisamos el embalse del río Sot, el Buseo, con gente acampada en sus orillas, pero no nos acercamos. Queríamos alcanzar Chera, cuya carretera de nunca acabar también se las traía. Por fín llegamos a Chera y desde allí una carretera perfectamente señalizada y asfaltada nos condujo a la salvación, a Requena. Desde allí todo fue coser y cantar por la segura autopista para regresar hacia Valencia, aunque después de un muy gran rodeo, pero no pude borrar de mi mente el recuerdo fallido de Sot y su comarca.
Hoy me siento orgulloso y muy agradecido a Dios de haber sido uno de los últimos en poder contemplar aquellas imágenes que no volverán hasta dentro de muchos años. Tenemos que procesar en nuestras inteligencias, especialmente los responsables directos de la prevención de los incendios, que no debemos escatimar esfuerzos para evitar que pueda ocurrir lo aquí descrito: desaparición por el fuego de paisajes admirados un día determinado por gentes concretas que ya no pueden disfrutar de nuevo, ni ellos ni cualquier otro.
Verano de 2012.