Viaje a Sicilia
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- Creado en Viernes, 10 Julio 2009 00:00
- Escrito por D. Pedro Parra Juez
Mesina y el Etna
Emprendí el viaje a Sicilia con una doble ilusión: conocer el puerto de Mesina y visitar el volcán Etna. No pude cumplir ninguna de las dos. Tenía interés en Mesina porque en la película sobre las Cruzadas “El reino de los cielos”, de reciente estreno, con la toma de Jerusalén por Saladino (año 1187, entre la segunda y tercera cruzada), aparecía este puerto como punto de partida de aquellos guerreros. Lo presentaban cubierto de barcos de vela en una bella estampa marinera. Parecía que una ruta de las cruzadas -una de mis aficiones favoritas esta de las rutas- atravesaba toda la bota de Italia y en el pie, en Mesina, proseguía por mar a Tierra Santa.
Mi otra ilusión, también frustrada, fue la del volcán Etna. Tuve que conformarme con verlo nevado en la lejanía, desde variados ángulos, en mis diferentes desplazamientos. Quería rendir un pequeño homenaje a Galdós que en 1888 en un viaje a Italia con su inseparable compañero Alcalá Galiano llegó a subir al Vesubio, en Nápoles, y allí hizo un comentario a unos ingleses que iban al Etna que “en cuestión de cráteres en acción me he quedado satisfecho con uno, y gracias”.
Hablando con personas muy duchas en estas cuestiones, he sabido que desde la península italiana a la isla de Sicilia se puede llegar en un tren transportado en barco que cruza el estrecho de Mesina:
-El tren penetra en el barco como en un túnel y tras una travesía de veinte minutos sale a tierras sicilianas. Está en proyecto la construcción de un puente colgante con el mayor vano del mundo (3.3 km) para unir por carretera y ferrocarril directamente los dos territorios.
Palermo
La capital de Sicilia, Palermo, me llamó la atención por los múltiples callejones de su casco viejo que le da un inconfundible aire morisco, producto de siglos de dominación musulmana. Esa construcción típica resguarda del calor y el frio y parece aumentar la libertad de las casas, ya que las ventanas dan a calles, aunque estrechas, y no a patios interiores. Muchas de estas callejuelas desembocan en plazuelas muy artísticas y acogedoras. Los famosos mercados “Capo”, “Vucciria” y “Ballarò” -en que se venden toda clase de productos, en tiendas y tenderetes- tienen su asiento en estos barrios, pavimentados a trechos con grandes losas de piedra, fuertes, poderosas.
Aparte nos encontramos con grandes avenidas, jardines y esplendidas plazas como la de Castelnouvo lugar de cita de todos los ciudadanos en que es posible encontrarse con personas conocidas. A lo lejos tenemos el Monte Pellegrino que preside el paisaje; se ve desde todas las partes. La comida es excelente. Se sienten especialmente orgullosos de su pasado normando (1072-1282) –que terminó con las famosas Vísperas Sicilianas: sublevación del pueblo por el ultraje de un soldado francés a una siciliana- . De este pasado conservan un excelente palacio. Desde el siglo XIV al XVIII pertenecieron a España; al principio a la Corona de Aragón.
Lo más interesante son la multitud de iglesias a cual más atractiva. Yo las catalogaba a todas en la División de Honor. Todos los altares estaban presididos por gruesas y esbeltas columnas de excelente mármol y muy concurridas a horas fuera de culto de muchas palermitanas que iban a rezar; se respiraba ambiente de religiosidad. En Semana Santa, gente que ha estado allí me cuenta que los pasos deben ser muy pesados porque avanzan de poco en poco. Recuerdo el gran recibimiento que prepararon al general Patton en la película de su mismo nombre cuando libera la ciudad en la segunda guerra mundial, aunque las calles no fueran las de Palermo.
Monreale
Al lado del Palacio Normando sale una línea de autobuses que trepa a la montaña donde se encuentra Monreale, ciudad de inexcusable visita.
Además de sus pintorescas calles en cuesta adornadas de delicadas flores y las magníficas vistas que se observan de Palermo y sus campos circundantes, nos asombra, sobre todo, su impresionante catedral. Cuando entras en ella lo que menos te esperas son los maravillosos mosaicos que recubren suelos, techos y paredes. Piedrecita a piedrecita innumerables artistas manuales han ido ajustando todas ellas hasta conseguir esas grandiosas obras artísticas llenas de colorido. Al salir puedes adquirir esas piedrecitas para crear tus propios mosaicos. Fue una verdadera lección magistral de arte que no se puede olvidar. Luego hemos visto el empleo de esa técnica en otras iglesias.
Agrigento
Una mañana temprano, en uno de los familiares trenes italianos atravesé Sicilia de norte a sur, desde Palermo a Agrigento. Al principio seguí un rato por una costa de escasas playas, cuyas arenas casi acariciaban los raíles del ferrocarril; luego un giro de noventa grados me llevó al sur remontando el cauce del rio Torto, llamado así supongo por sus innumerables curvas: un paisaje plácido y encantador, con suaves colinas llenas de verdor y flores amarillas. Al ser sábado, muchos excursionistas bajaban en las diversas estaciones con sus mochilas a cuestas. La llegada a Agrigento me recordó la estación de Tarragona, también al pie de un acantilado.
Lo primero fue coger un taxi y dirigirme a visitar el afamado Valle de los Templos. Previamente un ciudadano se ofreció a llevarme en su coche pues iba hacia allí. Decliné la invitación, pero luego me enteré que es una costumbre muy arraigada en los sicilianos ofrecer ayuda al viajero. Tuve ocasión de comprobarlo en variadas circunstancias.
En el valle destacaban dos templos por su buen estado de conservación y muchas ruinas por doquier con sus correspondientes piedras milenarias. El templo que más me impresiono fue el de Juno por sus portentosas columnas y los gigantescos sillares de apoyo ¿Cómo pudieron transportar y erigir aquellas construcciones en los siglos del primer milenio antes de J.C.? El otro, muy completo, el de la Concordia.
Vuelta a Agrigento y recorrido somero por calles empinadas hasta alcanzar la catedral y los palacios en lo más alto de la montaña. Luego bajada rápida a la estación de autobuses, adonde llegamos a tiempo de coger el autobús de Catania de las cinco de la tarde, gracias a dos jóvenes que nos vieron en apuros y nos acercaron en su coche. Otro largo recorrido de la isla hasta la costa Este, con paradas en muchos pueblos, que recordaban bastante a España: fue un buen baño de Sicilia.
Catania y Siracusa
Nada más llegar a Catania, gran ciudad con buen puerto y aeropuerto, cambiamos de vehículo y partimos hacia Siracusa, ya de noche. Otra ayudita de un viajero amante de nuestra patria, especialmente de las islas Canarias, nos proporcionó un buen hotel que nos permitió recuperarnos de nuestro cansancio. Antes de dormir recorrimos, no obstante, la vieja ciudad amurallada de Siracusa con sus monumentos iluminados, entrando por una de sus puertas ancestrales. Tal vez esa puerta fuera conocida por el apóstol San Pablo, que tras un viaje infernal por el Mediterráneo desde Jerusalén hasta Roma para ser juzgado como ciudadano romano –potestad a la cual tenía derecho y que exigió- pasó tres días en dicha ciudad siciliana. Esta singladura –o ruta náutica- está recogida con todos los detalles técnicos de navegación en Los Hechos de los Apóstoles (27 y 28): a través de Sidón, Chipre, Creta, Malta, Sicilia y Nápoles, con expresión de los milagros y penalidades acaecidos, incluido un naufragio. “Este relato del viaje por mar desde Cesárea hasta Pozzuoli, cerca de Nápoles, es el documento más interesante que nos ha dejado la antigüedad sobre semejante tema” , según los profesores Nácar y Colunga, circunstancia que creemos no se destaca demasiado en las informaciones que se dan sobre Siracusa.
Al día siguiente recorrimos las zonas monumentales obligadas: iglesias, el teatro griego, el anfiteatro romano, las catacumbas, la cueva de Dionisos, etc., y comida en la zona amurallada, al lado de la magnífica catedral de la ciudad. Y vuelta a Catania y Palermo en coche de línea. Con tanto viaje, algo de la isla se nos ha quedado.
Cefalú
Partimos de Palermo en autobús -cuya estación como casi todas las que hemos visitado en Sicilia están al lado de la del ferrocarril-, y llegamos a esta linda ciudad turística, de hermosa playa y agreste paisaje montañoso que guarda las ruinas de un templo de Diana del siglo IX a. JC. en lo más alto y que no dio tiempo a visitar. La catedral normanda junto a la plaza que la rodea son ambas de estructura muy singular, con curiosas perspectivas, y concurridísimas. Hay muchas calles comerciales que ofrecen toda clase de recuerdos. El regreso en tren, con departamentos a la antigua… qué placer.
Trápani
Un buen día tomé otro coche regular a Trápani, en el extremo oeste. Disfruté sobremanera con la línea de la costa de agradables playas, especialmente las del extenso golfo de Castellammare, que una vez que lo abandonas sigue viéndose durante muchos kilómetros. Luego, ya en el interior, acompañan a la carretera grandes extensiones de viñedos y una vía férrea. Cerca de Trápani, el vértice Erice parece requerir nuestra atención para que vayamos a visitar su castillo erigido sobre las huellas de un templo de Venus. Creemos que no va a ser posible. Familiares que han disfrutado de la preciosa ciudad medieval de Erice cuentan que la subida en autobús repleta de curvas ofrece un espectáculo insuperable de Trápani y sus salinas -que surtían de sal a todo el Imperio, al igual que de vino sus viñas- con el añadido de las laderas de la montaña cubiertas de flores multicolor.
La zona portuaria de Trápani y sus alrededores, con sus calles, tiendas e iglesias antiguas, es muy placentera. Transmite paz y sosiego. Ese ambiente invita a pasar allí unos días y viajar a las costas de Túnez y algunas islas cercanas cuyos viajes se anuncian en las agencias que asoman al muelle. Hay una que nos llama la atención sobre todas: la isla de Pantellaria, lugar de arribo de emigrantes -muchos días noticia en los periódicos-, y antigua base naval italo-germánica, en la segunda GM. Fue bombardeada de forma inmisericorde por los aliados, antes de la invasión de Sicilia por el general Patton, del que hablamos al principio. Con la nostalgia de no poder pasar unos días en Trápani para soñar, regreso a Palermo.
[1] ORTIZ-ARMENGOL, Pedro. Vida de Galdós. Editorial Crítica, Barcelona, 2000, p-264.
[2] VV. AA. Nuevo Testamento. Hechos de los Apóstoles (27 y 28). Biblioteca de Autores Cristianos, Madrid, 1955, Nota 27.1, p-397.