Viaje a las Alpujarras

      Hace muchos años emprendí un viaje a las Alpujarras embrujado por el misterio de los moriscos. He recordado todo ello al escribir esta página sobre Galdós, porque una de las primeras obras de este conocido escritor fue un drama ahora desaparecido: La expulsión de los moriscos. Propongo un viaje desde Madrid a las Alpujarras como prototipo, basado en mi propia experiencia. Luego cada uno puede introducir las variaciones que estime oportunas.

      Los moriscos, moros conversos -que, al parecer, mantenían en secreto su antigua religión- fueron expulsados de España por Felipe III, en 1609. Antes habían  protagonizado varias rebeliones, de las cuales la más importante fue la sublevación de las Alpujarras, “que duró en líneas generales de las navidades del año 1568 al otoño de 1570” [1], casi dos años. Hubo otras anteriores, en sierra de Espadán (1526) y Muela de Cortés (1526) –Valencia-, en Aragón, etc.

 Úbeda-Baeza
     
Sugiero como primera escala cualquiera de estas dos ciudades declaradas recientemente Patrimonio de la Humanidad, muy próximas entre sí. Paseando por sus calles y admirando sus iglesias y palacios será fácil imaginar cómo era la vida en la España de aquél siglo XVI; esta actividad nos proporcionará una adecuada preparación para la aventura que vamos a emprender en la cercana sierra granadina. En Úbeda  podemos, además, alojarnos en el parador de turismo, antiguo palacio de aquellos tiempos, y hasta “vivir” como vivía un noble por entonces; aunque con menos  comodidades que nosotros ciertamente.


Puerto de la Ragua (2000mts.)
     
Desde Úbeda, enfilamos directamente a Sierra Nevada, al fondo del camino. Se aconseja una parada en la patria chica de D. Pedro Antonio de Alarcón: Guadix. De él aprendimos de chicos, en su conocido obra La Alpujarra, que del Mulhacén se bajaba la nieve en burro a Granada para conservación de los alimentos. Galdós le da un papel en el Episodio Nacional Aita Tettauen. Le llama Perico. No sabemos si también se lo daba en su obra perdida. Recorremos algunas calles e iglesias de Guadix y sus famosas casas-cueva excavadas en la montaña. Ello nos sumergirá algo más en el ambiente morisco que buscamos.


      Abandonamos Guadix hacia Almería. Al poco, debemos enfrentarnos con la gran montaña, desviándonos de la general hacia Lacalahorra, en el condado de Cenete, que también se sublevó en 1568. Cruzamos Sierra Nevada por una carretera que alcanza los 2000 metros en un paisaje descarnado, en el puerto de la Ragua. Allí sufrieron una grave derrota las tropas de Felipe II en 1569 a manos de los moriscos, según nos cuenta Caro Baroja, en su documentado libro Los moriscos del Reino de Granada, y que en aquel viaje nuestro fue compañero inseparable para adentrarnos en el mundo de éstos, con sus ideas, costumbres, vestidos y lenguaje especial: el algarabía.

Ugíjar
     
El descenso de la Ragua en un caluroso día de agosto recuerdo que se nos hizo eterno hasta llegar a Ugíjar, con un canalillo de agua como acompañante. Allí tomamos el más maravilloso gazpacho de nuestra vida ¡Qué digo sed! Satisfechos y agotados nos quedamos a dormir. Ugíjar fue durante la sublevación un gran mercado morisco de “armas,  municiones, alimentos y toda clase de mercaderías” [2]  Puede ser un buen centro de excursiones por toda la zona.


Mecina Bombarón
      Por la tarde –era domingo- asistimos a misa en Mecina Bombarón, lo que nos permitió conocer mejor la sierra, antaño poblada de moreras para la cría del gusano de seda; actividad de la que no queda ni rastro. Antes habíamos pasado por la villa de Válor de donde era originario el cabecilla de la sublevación, Hernando de Válor, que tomo el nombre de Aben Humeya. Una placa en la entrada del pueblo lo recuerda.


      Las fuerzas de Felipe II, al mando, primero del marqués de Mondéjar y luego del hermano del emperador, D. Juan de Austria, necesitaron muchas veces guías para moverse por aquellos terrenos tan escabrosos y con tan malos y rudimentarios caminos: “a veces, sobre un precipicio no se tendía más que un puente de cuerdas de esparto” [3], nos recuerda Baroja.

      Al final fueron vencidos. Aben Humeya fue asesinado por los suyos “una noche, hacia el 20 de octubre de 1569, estando en Láujar” [4], ciudad cercana a Ugíjar y antigua residencia del rey Boabdil  hasta su exilio, tras la pérdida de Granada.

Adra
      Llegamos a Adra, meta de nuestro viaje. Allí establecimos nuestro “campamento base” para seguir recorriendo tierras de moriscos, rememorando aquella sublevación y admirando los paisajes donde se gestó. Gran puerto pesquero, un día de pesca copiosa, los pescadores regalaron a quien quería cubos enteros de boquerones. Muchas veces recorrimos la costa que yo calificaba de inhóspita, por sus acantilados y la carretera plagada de curvas. En las noches de luna llena imaginaba bajeles turcos ayudando a los moriscos, acciones de las que se les acusaba por entonces. El espectáculo era maravilloso. Yo evocaba continuamente el famoso verso “la luna en el mar riela”, de Espronceda, al salir de cada curva. Vaya que si “rielaba” en aquellas noches y en aquel mar…


      Hicimos muchas excursiones a pueblos que habían tenido que ver con la sublevación: Berja (con asistencia a un concierto de Mecano ¡qué tiempos aquellos!, grandes extensiones de viñedos); la sierra de Gádor, 2236 metros (un día de campo en Castalia, con  tupidos bosques, aptos para la ocultación de gente armada); Trévelez,  Albuñol, Órgiva, Castel de Ferro, Nerja, La Rábita (pueblo que había sido arrasado por una inundación reciente), etc. Me quedé sin ver muchos otros famosos en aquella guerra. Finalizaré con Trévelez.

Trévelez
     
Una mañana temprano encaramos la Sierra hacia el pueblo más alto de la península, Trévelez. A medida que nos acercábamos iban apareciendo los pueblos de las Alpujarras a nuestra vista. Poco antes de Cádiar un espectáculo indescriptible. A nuestros pies, allá en la hondonada, Cádiar, donde comimos, y el río Guadalfeo, con su lecho de guijarros blancos. Al fondo, la postal: los pueblecitos de la ladera de Sierra Nevada, con hileras de chopos que trepaban a lo alto. Luego el recorrido por algunos de ellos, con baño en el río Trévelez. Dicen que desde allí en los días claros se divisa la costa africana. En cualquier pueblo de aquellos apetece alojarse unos días. Yo tuve que partir por el camino de Órjiva, con gran pesar, para cerrar el círculo.


[1] CARO BAROJA, Julio. Los moriscos del reino de Granada. Ediciones Istmo, Madrid, 1976, p-164.

[2] Ibídem, p-187.

[3] Ibídem, p-196.

[4] Ibídem, p-197.